LAS VISIONES DE FERNANDO DENIS


LAS VISIONES DE FERNANDO DENIS / NICOLÁS SUESCÚN

El poeta que hoy presento es una paradoja viviente: escogió para firmar sus libros un seudónimo tan común o más que su nombre verdadero —José Luis Gonzáles Sanjuán—, y a pesar de llevar una vida sórdida, por lo pobre, aunque no despreciable —como quiso calificarla uno de nuestros novelistas—, se ha proclamado prerrafaelista —esa sofisticada hermandad de pintores y poetas ingleses del siglo diecinueve de un romanticismo sensual y casi místico—, y se mueve, nos interna en sus poemas, en un mundo de enorme belleza: los mitos, los personajes y las imágenes de la literatura del mundo, pero sobre todo de Borges, de los prerrafaelistas, claro, y hasta de Christopher Marlowe —el genial dramaturgo inglés que quizás habría sido un digno rival de Shakespeare, de no haber sido asesinado a los 29 años en una riña de taberna—, y de ciertos pintores del romanticismo, como Turner, sobre todo Turner, cuya "…luz demencial que sueña en los espejos, /Monólogo de los crepúsculos bermejos / Fragatas incendiadas de mortales colores", le inspira el título y el tono de su primer libro, La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner, o Piranesi, ese grabador genial del siglo dieciocho, que "trazó la arquitectura de los infiernos".

Lo obsesionan ciertos temas —, los elementos, el fuego en primer lugar, la pintura, los colores, la noche, el infierno, los espejos, el doble y lógicamente para este férvido hijo del trópico, la nieve, los lagos de hielo, los hielos azules— y ciertos personajes de la literatura y el arte. El resumió esos temas, aunque dejando bastante por fuera, en la "Palabra liminar" para este deslumbrante primer libro, donde habla de "mi amor por el sueño, por los colores sin los cuales muere la mirada, por esa criatura que no conozco y que me invade infinitamente, por Borges, cuya genio importa una complejidad para las letras y la soledad del verso".

Denis llama a Turner, "hermano del fuego" y le pide que su espíritu "haga brotar llamas / En nuestras palabras". Este hermoso libro nos transporta a su "dorado" siglo diecinueve y consiste, añade con recato el poeta en "unos breves ejercicios". En un segundo libro —que después deshizo—, Leo casi toda la noche y viajo al sur en el invierno, título sacado de "La tierra baldía" de T. S. Eliot, tal vez el más famoso —y desolado— poema del siglo veinte, se desdobla el autor en Phileas —evocación, típica del sedentario soñador inveterado del famoso y muy práctico, aunque imaginado, viajero de Julio Verne, Phileas Fogg, que le dio la vuelta la mundo en 80 días—, Phileas Denis, entonces"un joven pintor del Caribe colombiano, viajero y ornitólogo", a la vez tallador que "con la mano del amor reinventa los colores" —y que viaja, en un bello homenaje a Aurelio Arturo, "al sur de fuego y madera roja nutrida por el fuego"—, al evocar a la "bellísima joven Magdalena que aparece en sus cuadros, cartas y memorias", y también a la región de "intensos azules" donde nació; que presencia cómo "regresa la noche a su lienzo y nos encierra"; y que en el cine, ese "salón de los sueños", siente "la extrañeza de una pared donde empieza el mundo".

En Ven a estas arenas amarillas, como tituló aquellos poemas para su segundo libro, Phileas Denis, ese "pintor de aves y viajero" imaginario, ese doble soñado, llega pues, creador de ensueños y de fantásticas imágenes, "al país de la metáfora, / Donde todo es pintura, esplendores / Que se apagan sobre el verano de tantas costas / Para quedarnos a morir aquí, / En estos aposentos del sur / Donde nació el mejor de los poetas". En este libro, tan rico en vívidas metáforas como el primero, el personaje del poema "De uno que vio a Circe", dice haber sido:

"…prisionero de unos brazos que conocen el vasto
Deseo del mundo, de unos cabellos que caen
Sobre mí todavía, como la lluvia de oro de Zeus
Entre acantilados vertiginosos, enrojecidos bosques
Y arenas amarillas. Fui cautivo de unos ojos
En cuya hoguera aún arden poemas de Homero.
Es imposible atravesar estos bosques antiguos
Y su magia
Sin que esta insoportable dulzura pueda matarte…
Y este deseo de volver a la isla sé que
Enloquecería a cualquiera."

Esos bosques antiguos y su magia, esas arenas amarillas a donde nos invita este poeta son pues la literatura, de Homero hasta Borges, y la que inspira la poesía "embriagada de metáforas" de este enloquecido portador de una personalidad múltiple que pinta esas —entre muchos otros fantásticos paisajes—, visiones increíbles —ese "juego de círculos y laberintos"— de Giovanni Battista Piranesi, autor de aquellas "impresiones caprichosas de cárceles", que previó en sus fantásticos grabados arquitectónicos de las ruinas subterráneas en la Roma del siglo dieciocho la opresiva atmósfera de nuestro tiempo. En sus oscuros grabados de cavernosas bóvedas, un difuso rayo de sol crea un espacio casi palpable, repleto de enormes arcos que se entrecruzan en forma ilógica, de escaleras y gigantes jarrones, candelabros, lápidas, trípodes y ornamentos, criptas y rejas, puentes levadizos y ominosos aparatos de tortura. El color está ausente en los grabados, y la impresión que causan es la de que ese monstruoso y sobrecogedor mundo subterráneo es una imagen del subconsciente colectivo, como lo son los poemas, llenos, desbordantes de color, ellos sí, de Fernando Denis, este feliz habitante del "país de la metáfora". También, como las pesadillas de Piranesi y las visiones de Turner, la poesía de Denis está signada por un fuego infernal. Como el Dédalo de uno de sus poemas, el poeta es un hechicero que llega "desde los confines donde nada es real" y "todo es pintura, esplendores de fuego".

Denis ha ido añadiendo a su poesía nuevos personajes, en este segundo libro: Remedios Buendía, por ejemplo, a quien le escribe una carta desde un cuarto de Macondo donde el poeta espía los crepúsculos; la Mohana, en cuya cabellera "se esconden los secretos de muchos"; pero sobre todo Tamerlán, y su amada Zenócrate, aunque no los personajes de la tragedia de Christopher Marlowe, sino transformados por la desenfrenada imaginación de Denis: Tamerlán, el cruel, "Azote de Dios y Terror del mundo" como se describe a sí mismo en la obra de Marlowe, conquistador del Asia central, de Rusia y de Persia, ávido de poder, pero que en los versos de Denis "observa metáforas" como cualquier poeta, y sufre de portentosos delirios, de los que lo salva, amante romántico y sensible, el recuerdo de la amada; y ella, la hija del sultán del ardiente Egipto, en el poema de Denis se desliza en su trineo "rompiendo hielos azules", como si viviera en Noruega. Cabe añadir que Marlowe fue tan libre en su interpretación de los personajes históricos como lo es Denis con los suyos. La historia para el genial dramaturgo inglés, los personajes de éste según Denis, son apenas medios para dar libre juego a sus visiones poéticas, pero en ambos está la esencia del conquistador, solo que en Denis en una forma indirecta, visto por su amada. Así, ella dice, hablando de su esposo, en un poema del libro, todavía sin título, que ahora está escribiendo:

"En su espada hay el sueño y la magia, hay un talismán
Que horroriza; su luz me aterra, enceguece a los hombres.
Por la noche el sueño no le da reposo, lo desgarra.
Imagina que ya es un dios, que es suyo el infinito.
Pero en mis brazos no es más que un hombre solo
Ardiendo en el lecho, temblor y amor
Mientras de los astros cae la nieve".

Platón, con Nietzche, el más poético de los filósofos, decía que los poetas eran mentirosos y los expulsó de su república ideal. Pueden ser mentirosos, pero lo son en una forma muy peculiar, pues se las arreglan para decir la verdad. ¿Puede haber mejor descripción que la de estos versos del poder desnudo del conquistador y a la vez del poder avasallador del amor? Y hablando de amor, de verdadero amor, ¿es posible definirlo con más ingenio y humor que éste, el más corto de los poemas de Denis, titulado "Ajedrez":

"Blanca o negra la tinta
Con la que escriba tu nombre
Siempre ganarás nuestra partida"?

Pero hay otra clase de amor —espiritual, se podría decir— el amor a la verdad y la belleza, que impregna toda la poesía de Fernando Denis, y cuyo dominio, doloroso y placentero a la vez, él imagina en William Turner:

"Un mar de ardiente fiebre calcina mis sentidos,
Mi pecho es una ciega tempestad invisible,
Siento en mí los escombros de ese sol imposible
Y el amor, el más hondo que se haya resistido,
Muero de luz en esta tarde sola del mundo,
Pasaré al horizonte incesante y profundo."

—Nicolás Suescún

Comentarios

Anónimo dijo…
Hace buen rato no pasaba por aquí. Primero porque borré los blogs que tenía y segundo porque tengo ahora dos cuentas. Pero cuando paso a este blog recuerdo lo mucho que me gustaría saber más de estos escritores. Solo que ahorita no tengo la pasión o la dedicación para leer como antes. Saludos.

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